
Una estrategia de inversión es un conjunto de políticas y procedimientos que pretenden, de manera sistemática, lograr objetivos de inversión que puedan satisfacer las necesidades del inversionista. Al ser una estrategia, sus fundamentos se mantienen por un plazo largo (de 5 o más años).
Para poder idear una estrategia, es importante de previo conocer al inversionista y entender sus necesidades, así como sus objetivos, apetito al riesgo, y horizonte de inversión. Ya conociendo lo anterior, se estructura un portafolio, cuya conformación debe relacionarse con la estrategia. Por ejemplo: en una estrategia de crecimiento, la mayoría del portafolio se invierte en instrumentos que reinviertan sus intereses o dividendos (en lugar de gastar o guardar ese dinero, se invierte de nuevo para obtener más ganancias), con tal de hacer crecer el capital. Si, por otro lado, la estrategia es de renta, los instrumentos seleccionados más bien pagan de forma periódica a los inversionistas, dado que estos requieren el dinero para sus necesidades.
El principal beneficio de una estrategia es que ayuda a los inversionistas a lograr sus objetivos de largo plazo, de una forma ordenada, disciplinada y con una diversificación que mitiga el riesgo del portafolio. Asimismo, la gestión, con un profesional detrás de la estrategia, ayuda a que esta se cumpla, ya que, aunque pueden hacer cambios pequeños, no deben modificar la estrategia de forma global. También implica la selección adecuada de instrumentos que genere valor a largo plazo, no los cambios repentinos en el corto plazo.